sábado, 25 de abril de 2009

Mi Pigmalión


Pese a que me gustaría que fueses de carne y hueso y poder darte un nombre, el nombre que yo quiero y al que amo, también me encanta que seas unas simples rayas. Tan simples pero perfectas... Aunque no eres más que unas líneas que dispongo a mi antojo y que guardo celosamente entre otros dibujos, para mis ojos significas mucho más que cualquier mujer verdadera.

No sé si es tu deseo, pero jamás te colgaré en ninguna pared. Solamente te quiero para mí. Quiero ser la única persona que veas de mi mundo y sentir que esta mirada, tan cálida pero a la vez tan fría, sólo quiere mirarme a mí.

Ojalá ambos fuéramos lápiz, pero conformaría con que fuéramos carne moribunda. Me quitaría de golpe otros cincuenta años de mi vida con tal que la más mínima ráfaga de viento pudiera moverte tus finos cabellos, o que tus ojos pestañearan ni que fuera tan sólo una vez.

Jamás ninguna mujer ha tenido tu espalda... Y qué demonios: también te diré que te dibujaría otra vez para que ese fatídico brazo me dejara ver lo que escondes tan celosamente. El problema es que, entonces, dejarías de ser tú.

Será mejor que vuelva a guardarte. Porque a medida que pasan los años y más viejo me hago, más tentación siento de ensuciarme poseyéndote, mientras te doy un nombre. No puedo permitírmelo. Mi locura sería completa.

sábado, 18 de abril de 2009

Sin miedo

La semana pasada acudí, dentro de un ciclo de conferencias a propósito de los 400 años de la expulsión de los moriscos en España, a una ponencia del profesor alacantino Lluís Bernabé Ponts. En ella, este expero en arabismo intentó desvelar las causas por las que históricamente Occidente ha sentido recelo por la figura de Mahoma, el profeta por excelencia del Islam.

Eso me hizo pensar en que hace algunos meses estalló una polémica más sobre el tratamiento del islam, sus valores y sus figuras en la cultura occidental: la periodista estadounidense Sherry Jones publicó un libro, La joya de la Medina, sobre la esposa favorita de Mahoma, Aisha.

Mis felicitaciones por su valor, señora Jones. Ójala todos los periodistas tuvieran el valor de decir lo que opinan sin temor a las consecuencias. La libertad de expresión cada vez se paga más caro. Incluso con la muerte. Hace algunos años, el traductor al japonés de la obra sobre el Islam Versos Satánicos, de Salman Rushide, fue asesinado. Su autor, amenazado de muerte.

Me imagino que usted, señora Jones, ya debe haber sido amenazada. Incluso quizás ya ha sufrido algun atentado fallido que no ha querido revelar. Se dice que usted no tiene muchos conocimientos sobre árabe y que, por lo tanto, el libro puede carecer de cierto rigor histórico. No lo sé, la verdad, pero esa no es la cuestión.

Lo que importa es que lo más debe enfurecer a esos radicales es que no sólo toca la figura del Islam, sino que lo hace des del punto de vista que, con perdón por la expresión, más les putea: la mujer y su papel en dicha cultura.

Ójala lo haya escrito verdaderamente por la causa femenina en el islam.
Ójala no lo haya escrito por simple atención mediática.
Y ójala no lo tenga que pagar caro.

(ójala proviene del árabe, y significa lo quiera Alá)

viernes, 10 de abril de 2009

Prisionero

En los últimos 200 años las formas de consumir ocio han variado radicalmente. Obviamente, esto es normal. Los tiempos cambian, la gente cambia, dicen. Pero parémonos un momento a pensar. Según el cuadro de la historia occidental del ocio que nos repartió J.M. Perceval el último día de clase, a principios del siglo XIX la gente pasaba sus horas libres tanto en la calle como en casa. Un buen equilibrio entre ambos lugares.

Hoy en día esto ha cambiado. No para todo el mundo, claro, pero cada pocos meses leo en el periódico noticias o reportajes sobre el aumento del consumo de Internet, juegos, móvil, etc. Todo esto provoca que hombres y mujeres mantengan la conexión con el mundo sin necesidad de salir del hogar. ¿Quiénes son los más afectados? Pues nosotros, los jóvenes, los que más acostumbrados estamos a las nuevas tecnologías.

No puedo evitar sentirme aludido. Sí, lo reconozco: soy uno de aquellos que, a veces sin darse cuenta, necesitan estar un determinado número de horas delante de la pantalla de ordenador. Hay momentos en los que por fin consigo quitar del medio a las otras tres personas que viven conmigo y, sorprendentemente, no sé que puedo hacer con el ordenador. ¿Juego? ¿Escribo? ¿Messenger? ¿Internet? Ni idea, pero el hecho de estar en la sala del ordenador solo ya me da una extraña tranquilidad.

Tranquilidad a veces, y culpabilidad otras. Porque soy muy consciente de que, de las personas que somos en casa, yo soy quien más tiempo pasa delante del ordenador, y quito horas a mi madre que, por ejemplo, sólo emplea menos de una hora al día para fumarse un cigarrillo mientras hace unos solitarios. Hubo un tiempo en que tuve que pedirle a mi padre que se llevara al trabajo algunos de mis juegos durante los exámenes. Más vale prevenir que curar.

Creo que hay personas mucho peores que yo, seguro. Quizás es por eso que ya existen, y desde hace ya algunos años, asociaciones que intentan erradicar este hábito tan perjudicial, como Adicciones Digitales (http://www.adiccionesdigitales.es/). Una de las cosas que me sorprende leer de allí es que la adicción al ocio por Internet conlleva a veces una disminución de la comunicación cara a cara con tu familia.

Confieso que hablar durante las comidas o cenas no es mi fuerte. Nunca hasta ahora lo había relacionado con mi afición a los videojuegos o al Messenger, pero es que en estos momentos pienso lo que debo hacer después en el ordenador...

Claro que salgo y quedo con mis amigos, pero tengo que decir que con algunos de ellos vamos al cibercafé a jugar más tiempo a videojuegos...

No sé si mientras escribo estas líneas estoy exagerando el problema, pero sí que está claro que soy prisionero de una pequeña habitación con muuuuchos libros y con una pequeña caja gris con teclado, que me hipnotiza...


Qué diablos: no soy prisionero. La culpa es mía y sólo mía. Dejar de fumar cuesta. Reducir horas de PC, también.









Curiosamente, mientras escribo esta entrada estoy con una taza de Nestea y con los cascos. Suerte que no fumo...

Glu glu glu?



Ni aigua.



Només em queden les llàgrimes,



per ofegar-me.