viernes, 10 de abril de 2009

Prisionero

En los últimos 200 años las formas de consumir ocio han variado radicalmente. Obviamente, esto es normal. Los tiempos cambian, la gente cambia, dicen. Pero parémonos un momento a pensar. Según el cuadro de la historia occidental del ocio que nos repartió J.M. Perceval el último día de clase, a principios del siglo XIX la gente pasaba sus horas libres tanto en la calle como en casa. Un buen equilibrio entre ambos lugares.

Hoy en día esto ha cambiado. No para todo el mundo, claro, pero cada pocos meses leo en el periódico noticias o reportajes sobre el aumento del consumo de Internet, juegos, móvil, etc. Todo esto provoca que hombres y mujeres mantengan la conexión con el mundo sin necesidad de salir del hogar. ¿Quiénes son los más afectados? Pues nosotros, los jóvenes, los que más acostumbrados estamos a las nuevas tecnologías.

No puedo evitar sentirme aludido. Sí, lo reconozco: soy uno de aquellos que, a veces sin darse cuenta, necesitan estar un determinado número de horas delante de la pantalla de ordenador. Hay momentos en los que por fin consigo quitar del medio a las otras tres personas que viven conmigo y, sorprendentemente, no sé que puedo hacer con el ordenador. ¿Juego? ¿Escribo? ¿Messenger? ¿Internet? Ni idea, pero el hecho de estar en la sala del ordenador solo ya me da una extraña tranquilidad.

Tranquilidad a veces, y culpabilidad otras. Porque soy muy consciente de que, de las personas que somos en casa, yo soy quien más tiempo pasa delante del ordenador, y quito horas a mi madre que, por ejemplo, sólo emplea menos de una hora al día para fumarse un cigarrillo mientras hace unos solitarios. Hubo un tiempo en que tuve que pedirle a mi padre que se llevara al trabajo algunos de mis juegos durante los exámenes. Más vale prevenir que curar.

Creo que hay personas mucho peores que yo, seguro. Quizás es por eso que ya existen, y desde hace ya algunos años, asociaciones que intentan erradicar este hábito tan perjudicial, como Adicciones Digitales (http://www.adiccionesdigitales.es/). Una de las cosas que me sorprende leer de allí es que la adicción al ocio por Internet conlleva a veces una disminución de la comunicación cara a cara con tu familia.

Confieso que hablar durante las comidas o cenas no es mi fuerte. Nunca hasta ahora lo había relacionado con mi afición a los videojuegos o al Messenger, pero es que en estos momentos pienso lo que debo hacer después en el ordenador...

Claro que salgo y quedo con mis amigos, pero tengo que decir que con algunos de ellos vamos al cibercafé a jugar más tiempo a videojuegos...

No sé si mientras escribo estas líneas estoy exagerando el problema, pero sí que está claro que soy prisionero de una pequeña habitación con muuuuchos libros y con una pequeña caja gris con teclado, que me hipnotiza...


Qué diablos: no soy prisionero. La culpa es mía y sólo mía. Dejar de fumar cuesta. Reducir horas de PC, también.









Curiosamente, mientras escribo esta entrada estoy con una taza de Nestea y con los cascos. Suerte que no fumo...

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