domingo, 22 de marzo de 2009

En el corazón de Al-Andalus

Dicen que de pequeños hay cosas que no valoramos lo suficiente.

Una de estas cosas que yo no aprendí a apreciar fueron los viajes que hacía con mis padres y mis hermanas por toda España, cuando yo estaba en los cursos finales de Primaria. La fórmula era sencilla: una comunidad autónoma por cada verano. Y así, a lo largo de cuatro veranos, visitamos Castilla y León, Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura, pasando por algunos pueblos de Aragón y la provincia de Madrid.

De todas estas regiones, la que más me gustó –a pesar que eran viajes que hacía con desgana, lo reconozco- fue la de Andalucía. Visitamos los lugares más emblemáticos de esta comunidad, como la Alambra de Granada y sus preciosos jardines (llamados Los Jardines del Generalife), también su albaicín, etc.; la mezquita de Córdoba y su barrio; el cabo de Gata... Incluso descubrimos carreteras secundarias y sin asfaltar, dónde no pasó ni un solo coche.



Se trata de una comunidad con impregnada de historia, una historia que mezcla elementos tradicionales españoles con los de la cultura islámica, que habitó en esas tierras durante varios siglos, tal como explico en la primera actualización de este blog.

Cuando era pequeño y algo me gustaba, como era el caso, me trasladaba a la luna de Valencia y empezaba a imaginarme cosas; en ese caso, que yo estaba en la Alambra o la Mezquita en la época en que los musulmanes habitaban estos apoteósicos edificios. O más sencillo, que era el dueño y señor de ese palacio y que todo el mundo estaba a mi servicio. Típico, ¿verdad? Pero cuando la imaginación se te activa retienes mucho más de lo que ves. Es la prueba de que aquello que estás viviendo te interesa.

Pero no fue un viaje en el que sólo alimenté mi imaginación. También aprendí un montón de cosas sobre la historia de todos esos lugares. Siempre recordaré que, en las salas de columnas y arcos de la Mezquita de Córdoba, mi padre me explicó cómo un miembro de la dinastía árabe Rashid formó el califato de Córdoba, y yo le escuchaba con una atención digna de un alumno en primera fila. O mi primera experiencia con una cámara fotográfica en las estrechas calles de la judería –el barrio judío. O cómo mi madre quedaba admiraba por el trabajo de los jardineros del jardín de la Alambra...


A veces me arrepiento de haber sido tan ingrato por no haber prestado atención a los edificios y personas con las que me he cruzado haciendo estos viajes. Estoy seguro de que, si vuelvo repetir semejantes viajes, aprovecharé mucho más el tiempo que entonces. Además, ahora me encanta caminar. Antes me quejaba y me cansaba muy pronto...

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