domingo, 10 de mayo de 2009

El miedo a salir de casa


Des de pequeño he querido ser escritor. También quería ser otras cosas: arqueólogo o historiador, ingeniero aeronáutico, piloto de aviones de combate, señor de un castillo medieval...

Obviamente, muchos de estos sueños murieron con mi infancia. Todos menos éste. Siempre me ha gustado escribir, ya sea poesía, teatro, ficción... cualquier género. Supongo que es una afición que camina de la mano con mi pasión por la literatura y los clásicos: literatura grecolatina, Shakespeare, Flaubert, etc.

El descubrimiento del personaje de William Forrester hizo que este deseo ardiese con más fuerza dentro de mí. William no es más que un escritor caído en desgracia: viejo, solitario y amargado, pereció después de ganar el premio Pulitzer, harto de las críticas que recibió por parte de algunos sectores.

Como ya he expresado en alguna otra entrada de este blog, siempre me han gustado los antihéroes, estos personajes protagonistas de historias, pero no precisamente por sus virtudes, sino por sus defectos. No es que yo aspire a convertirme en un ser antisocial, pero este carácter me fascinó.

Me impresionó el desorden que reina en su casa. Un desorden que, pese a todo, simboliza el amor del personaje por la literatura. Es el caos bibliotecario más exuberante de la historia; un caos que se suma a una de sus grandes virtudes: la vocación que tiene por enseñar a escribir al chico que le visita cada semana.

Se puede enseñar a escribir?, me pregunto muchas veces. La verdad es que no sabría encontrar la respuesta. Almenos, no por el momento. Mi viaje por la escritura apenas ha empezado (eso espero), y seguramente me quedan un montón de cosas por aprender.
No sé si se puede enseñar a crear historias a través de las páginas, pero sí estoy convencido de que no habría escrito lo que he escrito sin haber leído lo que he leído. Esto lo dice William Forrester. Ojalá yo pudiera ser su alumno.

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