domingo, 10 de mayo de 2009

Mata-hari y William Forrester















Nueva York, 1999

(Piso de William Forrester. Atardecer. El cielo está despejado, pero es rojizo. En el piso todo está desordenado y el polvo cubre montones de libros, acosando al oxígeno que entra por la única ventana que está abierta. El hombre de pelo blanco y sucio se levanta para abrir la puerta. Ha sonado el timbre)

Forrester (abriendo sólo lo suficiente para ver a la persona que se encuentra fuera, y sin quitar el pestillo): ¿Quién es usted?

Mata-hari (sonriendo): Le traigo la cesta con la comida.

F: ¿Y dónde está el chico de siempre?

M: Ha cogido la gripe porcina. Está en casa reposando.

F: ¿La gripe qué?

M: Dentro de unos años lo entenderá. ¿Puedo pasar?

F (de mala gana): No es la hora en que me traen la cesta. Y hoy es martes...

M: Y?

F(irritado): ¡Que me la traen el jueves!

M (con una amplia sonrisa): Pues mejor aún. Así tiene comida de sobra y el jueves nadie le interrumpirá.

(Forrester cierra la puerta de un portazo. Mata-hari se espera alrededor de un minuto con la cesta en las manos. Cuando cree que no le abrirá, se oye el ruido de un llavero y a continuación el de unas llaves metiéndose en la ranura)

F (abriendo la puerta): Pase.

(Mata-hari vacila. Nunca había entrado en una atmósfera tan tenebrosa)

F: ¿Tanto insistir y ahora qué?

M: Perdón, le sigo.

(El salón está repleto de montañas de libros y William se siente en el sillón que está situado al lado de una de las ventanas cerradas)

F: Puede dejarlo en la mesa.

(Mata-hari deja la cesta y se pone a curiosear entre una de las estanterías)

F: ¿Qué coño está haciendo?

M: Vamos William, déjeme curiosear un poco. ¿Qué debe tener el gran escritor William Forrester en su biblioteca?

F: ¡A usted qué le importa! Espere... ¿cómo sabe quién soy?

M: Yo sé muchas cosas. Veamos... ¡aquí está! (alza la mano triunfalmente. Ha cogido un libro).

F (gritando): ¡Deje eso inmediatamente y lárguese de aquí!

M (le cambia la expresión de la mirada. Ahora es fría e intimidatoria) Siéntese, William, y déjeme hacer mi trabajo).

F (un poco atemorizado): ¿Quién diablos es usted?

M: (Deja el libro en la mesa, junto a la cesta, y poniéndose a revolver papeles y libros): Todo a su tiempo, William, todo a su tiempo.

F: ¿Qué cojones busca?

M: Información.

F: ¿Sobre qué?

M: Pruebas que le acusen.

F: ¿Acusarme de qué? ¿De no querer salir en todo el jodido día de casa? ¡Mire este desorden y lo comprobará!

M: Eso dicen los vecinos: que en este piso vive un señor mayor que nunca sale ni al rellano.

F: ¿Señor mayor? ¡Pero si sólo tengo 65!

M (sarcásticamente): Y por su suciedad y dejadez aparenta 20 más.

F: ¡¡Pues si tanto le molesta salga de aquí y déjeme en paz!!

M (agachándose para recoger un papel del suelo): En cuanto haya terminado, me voy.

F (asintiendo): Ah, vaya...

M: ¿Qué?

F: Nada, nada... continue por favor. ¿Qué decía que buscaba?

M: Documentación, documentación que le acuse de estar relacionado con el terrorismo islámico.

F (arqueando una ceja): ¿Tengo pinta de ser un islamista?

M (sigue mirando papeles): La verdad es que no, pero tengo que comprobarlo. Es mi trabajo.

F: Para ser una alucinación, usted es muy entregada.

M (deja de mirar papeles y mira a William a la cara): ¿Cómo dice?

F (Mirando por la ventana): Ya sé quién es. Usted es la espía Mata-hari.

M: ¿Esa mujer ramera y bailarina que acabó fusilada?

F: Ella misma.

M: ¿Y por qué cree que soy esa mujer, William?

F: Porque tiene un gran lunar en el tobillo de la pierna izquierda, justo dónde dicen que lo tenía ella. Lo acabo de ver mientras se agachaba.

M: ¿Quién dice eso?

F: Libros de historia.

M (volviendo a revolver papeles): Ya...¿ y piensa que soy una alucinación?

F: Claro. Ella está muerte des de hace más de cincuenta años. ¿Tiene que serlo, no?

M: Pudiera ser que no fuera Mata-hari y fuese una espía de verdad, de carne y hueso. Que lo del lunar sea una coincidencia.

F: Lo dudo. Llevo tanto tiempo sólo que debo estar loco, y ansío compañía.

M: Si ansía compañía debería salir a la calle, William.

F: Ya no puedo. Es tarde para mí. Me da miedo.

M: Nunca es tarde, William Forrester. Jamás.

F: ¿Qué tal si dejamos eso? ¿Qué libro ha escogido? El que está sobre la mesa.

M: El suyo. El que ganó el Pulitzer.

F (señalando el libro enérgicamente): ¿Lo ve como es una alucinación? De los miles de libros que tengo, encuentra el mío a la primera.

M: Podría ser una simple casualidad.

F: No creo en esas cosas.

M: ¿Ah no? Es sorprendente en un hombre que cree en tan pocas cosas.

F: No me gusta que me juzguen. Acabe y desaparezca de mi vista, alucinación.

M: Como quiera. De todos modos, ya he terminado.

F (con ironía): Y bien, ¿soy culpable de terrorismo?

M: No. Está limpio. Pase un buen día, William.

F(sarcásticamente): Adiós, “Mata-hari”.


(Ella abre la puerta y se va. Al cabo de un rato, William abre un yogurt de la cesta y empieza a saborearlo mientras mira por la ventana como unos chicos se divierten jugando al baloncesto. De repente, mira el yogurt. Se da cuenta de que es real. Sabe a fresa y tiene el color de sus labios)


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